Tal vez sea necesario en estos tiempos detenerse un poco para reflexionar sobre la idea de propiedad tal y como nos ha llegado a las generaciones actuales. Son muchos años, en los que las compañías multinacionales han procurado crear un estado de opinión favorable a sus intereses, fundamentalmente comerciales.
Tradicionalmente las sociedades se han organizado y se han dotado de herramientas y normas que les beneficiaban. En este contexto surge la idea y el concepto original de “propiedad". Es decir, la noción de propiedad surge como mal menor ante los problemas ocasionados para compartir bienes escasos. Es ahí donde cobra plena vigencia y total sentido. Cuando una persona posee algún bien, un trozo de tierra, un objeto, significa que tiene control absoluto sobre el bien poseído y, en caso de compartirlo, ha de renunciar a la parte compartida. Es fácil, si compartimos la mitad de nuestro bocadillo con otra persona, hemos de renunciar a la parte que ella se come.
Esta lógica aplastante sobre la propiedad de las cosas materiales, puede ser paradójica cuando se extrapola, y pretende aplicarse a situaciones ajenas a esta realidad. Así piensan, por ejemplo, quienes creen que las ideas no son un bien escaso, es decir, el hecho que una persona tenga una idea no merma la capacidad de cualquier otro para tenerlas.
Desde esta óptica no parece razonable aplicar el concepto de propiedad material tal cual, en el terreno del conocimiento. Al fin y al cabo, un programa de ordenador no es más que una secuencia de instrucciones basadas en algún código o algoritmo científico, patrimonio de toda la sociedad. Debemos pagar un precio pues, si queremos comprar un barco para navegar, pero no debemos pagar por el Principio de Arquímedes, puesto que éste pertenece a toda la humanidad; de igual forma hemos de entender el software como servicio, pero no como producto comercial. No es un bien escaso.